Mike y su cabeza decapitada |
Aquel día, 10 de septiembre de 1945, el granjero Lloyd Olsen fue a buscar un pollo para la cena y eligió a uno de los más cebados. Levantó el hacha con cuidado intentando dejar la mayor parte del cuello posible -la zona que más le gustaba a su suegra- y le cortó la cabeza. Hasta aquí todo normal. Después de ser decapitado, el pollo dio unos pasos y se fue al corral con las demás aves. Mike agitaba sus plumas e incluso intentaba esconder lo poco que quedaba de su cabeza bajo el ala. También quiso piar aunque el único sonido que podía emitir era un leve gorjeo procedente de su esófago abierto.
«A la mañana siguiente mi abuelo volvió al corral y se quedó maravillado. Estaba vivo. Comprendió que tenía más valor así que en una olla, y comenzó a alimentarlo y darle de beber con una pipeta», relata Troy Waters, nieto del dueño del pollo. Como al cabo de una semana seguía vivo, el granjero Olsen decidió llevarlo a Salt Lake City para que fuera estudiado por los científicos de la Universidad de Utah.
La explicación fue sencilla: el golpe nada certero le había dejado intactas la yugular, gran parte del cerebro y un oído. «Que viva es posible si el corte no daña la masa encefálica, aunque ojos, pico, lengua y oídos queden destruidos, y si sólo afecta a los vasos secundarios», afirma Indalecio Ruiz Calatrava, profesor de Veterinaria de la Universidad de Córdoba. «De este modo, la hemorragía podría superarse, y si se le da de comer manualmente, a través de la abertura, el animal podría vivir durante un tiempo».
Así fue como sucedió. Mike se alimentaba de granos de maíz y leche, y en vez de desfallecer, fue ganando peso. De poco más de un kilo pasó a los 3,5 en apenas unos meses. No quedó ahí la cosa. Olsen comprendió que podría beneficiarse y decidió exhibirlo por todo el país presentándolo como un auténtico milagro. Se pagaban más de 25 centavos por verlo correr y observar su cabeza flotando en un frasco de formol. Llegó a ganar 4.500 dólares al mes.
Había nacido una estrella. Revistas como Life o Time se hicieron eco de la increíble noticia, así que el ejemplo cundió y otros granjeros comenzaron a cortar cabezas a sus pollos para ver si ocurría lo mismo. El que más vivió fue uno llamado Lucky, pero no pasó de los 11 días.
La vida de Mike se apagó en marzo de 1947 al atragantarse con unos granos de maíz. Murió de asfixia, pero su espíritu continuó vivo. Tanto es así que la cuidad de Fruita decidió en 1999 celebrar un día en su honor. Desde entonces, cada año, el tercer domingo de mayo se organizan unos juegos cuyos protagonistas son los pollos. Incluso se ha editado un libro con sus mejores fotos y una escultura con su nombre se levanta en pleno centro. Hasta tiene página en Internet (www.miketheheadlesschicken.org). Todo ello para celebrar «el coraje y las ganas de luchar de Mike».